Ciudad del Vaticano. Cuando la Sede Apostólica queda vacante, el gobierno de la Iglesia Católica recae en el Colegio de Cardenales, un órgano de alta responsabilidad que actúa bajo normas estrictas y limitadas. Este periodo transcurre desde la muerte o renuncia del Papa hasta la elección de su sucesor, y está cuidadosamente regulado por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por San Juan Pablo II en 1996 y actualizada por Benedicto XVI en 2013.
La vacante puede originarse por fallecimiento del Pontífice, en cuyo caso la sede queda automáticamente vacía, o por renuncia, conforme al canon 332 §2 del Código de Derecho Canónico, que exige que el Papa manifieste formalmente su decisión de modo libre, aunque no necesariamente por escrito.
Durante la Sede Vacante, el Colegio de Cardenales administra los asuntos ordinarios y urgentes de la Iglesia, pero no puede innovar ni modificar leyes existentes (principio nihil innovetur). Este cuerpo tiene también la tarea de organizar el cónclave, velar por los derechos de la Santa Sede y preparar las exequias del Pontífice fallecido.
El Camarlengo de la Santa Iglesia Romana desempeña un rol crucial: verifica oficialmente la muerte del Papa, administra los bienes temporales de la Santa Sede y coordina los procedimientos para la elección del nuevo Pontífice. Junto a él, el Penitenciario Mayor mantiene funciones espirituales esenciales, garantizando el acceso a absoluciones y dispensas en nombre de la Iglesia.
En este periodo excepcional, la mayoría de los dicasterios de la Curia Romana cesan en sus funciones ejecutivas. No obstante, conservan la capacidad de atender asuntos menores que no requieren intervención directa del Papa, mientras los Tribunales Apostólicos, como la Rota Romana y la Signatura Apostólica, continúan operando con normalidad.
La delicadeza de la Sede Vacante radica en salvaguardar la estabilidad de la Iglesia universal hasta la proclamación del nuevo Sucesor de San Pedro. Cada paso en este proceso refleja siglos de tradición jurídica y espiritual, con la intención de mantener la unidad y la continuidad en el corazón de la fe católica.