Ciudad del Vaticano. Bajo una tarde soleada en la Plaza de San Pedro, la historia se escribió una vez más. El mundo católico recibió con júbilo el anuncio del nuevo pontífice: Habemus Papam, León XIV. El cardenal Robert Prevost, originario de Chicago pero con un corazón profundamente latinoamericano, fue elegido como el nuevo sucesor de Pedro. Con 69 años, se convierte en el primer papa nacido en Estados Unidos y el número 267 en la historia de la Iglesia.
Pero más allá de su lugar de nacimiento, el pontífice ha forjado su vida entre comunidades humildes del norte peruano, donde desarrolló una extensa labor pastoral y social. En su primer discurso, León XIV dedicó un saludo en español a «mi querida Diócesis de Chiclayo», evocando su paso por tierras andinas, donde fue obispo durante una década.
Un puente entre dos mundos
León XIV representa una figura de equilibrio y continuidad. Fue una elección que refleja el deseo del Colegio Cardenalicio —mayoritariamente nombrado por Francisco— de sostener la línea reformista de su antecesor. En sus primeras palabras como papa, rindió homenaje a Francisco, a quien describió como «valiente» y cuya voz aún resuena «en nuestros oídos».
Aunque nacido en Chicago en 1955, de madre española y padre estadounidense, Robert Prevost pasó gran parte de su vida adulta en América Latina. A los 33 años, fue enviado a la misión de Trujillo como formador de jóvenes religiosos agustinos. Pronto se convirtió en un referente para comunidades marginadas, especialmente migrantes venezolanos y poblaciones rurales de escasos recursos.
Una vida al servicio de los demás
Formado como matemático y luego doctorado en Derecho Canónico en Roma, Robert Prevost fue ordenado sacerdote en 1982 y se incorporó a la Orden de San Agustín. Su vocación lo llevó a ser párroco, formador, prefecto de estudios y juez eclesiástico en Perú, destacando siempre por su carácter sencillo y compromiso pastoral.
Quienes lo conocen resaltan su cercanía y su capacidad de escucha. “Siempre fue amable, cálido, con un gran sentido del humor y una fuerte sensibilidad social”, dijo el reverendo Mark Francis, compañero suyo en el seminario. Jesús León Ángeles, laico de Chiclayo, lo recuerda como alguien que “se desvivía por ayudar”.
Rumbo a una Iglesia con rostro latinoamericano

El nuevo papa no es ajeno a los desafíos. Su gestión como obispo en Perú coincidió con la crisis por abusos sexuales que golpeó a la Iglesia, aunque su diócesis negó cualquier intento de encubrimiento. En Roma, se desempeñó como prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, desde donde consolidó lazos con iglesias locales y apoyó la descentralización eclesial.
Su elección ha sido interpretada como una señal clara: una Iglesia que no se repliega, sino que se proyecta hacia el mundo con empatía, apertura y firmeza moral. Como dijo un portavoz del Vaticano antes del cónclave, se necesitaba «un espíritu profético» para iluminar un mundo marcado por la desesperanza. Y ese espíritu, muchos creen, se encarna en León XIV.