Ciudad del Vaticano. En un Viernes Santo marcado por el recogimiento y el silencio, la Basílica de San Pedro acogió este 18 de abril una celebración profundamente simbólica de la Pasión del Señor. Presidida por el cardenal Claudio Gugerotti, prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales, en representación del Papa Francisco, aún convaleciente, la ceremonia reunió a unos 4 mil 500 fieles y se convirtió en uno de los momentos espirituales más intensos en el camino hacia el Jubileo 2025.
Durante la liturgia, el predicador de la Casa Pontificia, fray Roberto Pasolini, ofreció una homilía que no dejó indiferente a nadie. Con una mirada contemplativa y desafiante a la vez, el religioso capuchino propuso lo que llamó la “inteligencia de la cruz” como respuesta al sufrimiento humano y como vía hacia un amor sin cálculos, absolutamente libre.
“La cruz no calcula, sino que ama”, expresó Pasolini, señalando que en un mundo gobernado por algoritmos y decisiones automatizadas, el camino cristiano propone otra lógica: la del don de sí, del abandono confiado y de la entrega radical.
Tres palabras que trazan un camino
Basándose en tres frases pronunciadas por Jesús durante su pasión —“Soy yo”, “Tengo sed” y “Está cumplido”— Pasolini delineó un itinerario espiritual que convierte el dolor en acto de amor, y no en derrota.
“Soy yo”, dicho por Jesús en Getsemaní, no es un grito de desesperación sino una declaración de libertad. Jesús no fue arrastrado a la cruz; la eligió. Ese paso adelante, sostuvo el fraile, es también la invitación para cada creyente: asumir el dolor sin rendirse a él.
“Tengo sed” revela a un Dios vulnerable, que se atreve a necesitar, a pedir. En su fragilidad, Cristo muestra el rostro más humano y más divino del amor: el que nace del reconocimiento de la propia necesidad.
Finalmente, “Está cumplido” no marca el fin, sino la plenitud. No hay resignación en esas palabras, sino una certeza: todo ha sido dado. El sufrimiento abrazado se transforma, así, en fuente de vida.
Una dirección que da sentido

La homilía no esquivó los desafíos actuales. Pasolini mencionó la obsesión contemporánea por la eficiencia, el miedo al fracaso, y el individualismo como signos de una humanidad que muchas veces huye del límite. Frente a esto, afirmó que el cristianismo no propone una evasión, sino una dirección: la de la cruz, no como carga sin sentido, sino como lugar donde el amor se vuelve total.
“El camino cristiano pasa por la cruz, porque solo allí el amor se da hasta el extremo”, sostuvo el predicador. Ese gesto —el de besar el madero en silencio— se transformó, en esta liturgia, en una declaración viva de fe y esperanza.
Abandonarse como Cristo
En el cierre de su meditación, fray Roberto Pasolini hizo un llamado a vivir el abandono no como derrota, sino como acto luminoso de libertad. Como Cristo, que al morir “encomendó el espíritu”, el creyente también puede hallar en la entrega total la expresión más profunda de su fe.
“Dios es Padre. Y en Cristo, todos somos hermanas y hermanos”, concluyó el predicador. En medio de la incertidumbre del mundo, la cruz no es el final. Es la dirección donde el amor, cuando se entrega, se vuelve eterno.