Ciudad de México. Monseñor Carlos Enrique Samaniego, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México, hizo una revelación sobre la representación artística de la Virgen de Guadalupe; reveló un detalle singular que ha perdurado a lo largo de los siglos: resulta que la característica figura de un «ocho» presente en numerosas imágenes de la Virgen tiene sus raíces en una interpretación errónea por parte del pintor oaxaqueño Miguel Cabrera.
En 1751, la Colegiata de Guadalupe encomendó a Miguel Cabrera y a otros pintores la tarea de examinar directamente la imagen de la Virgen en el ayate de san Juan Diego. El propósito era determinar si la obra era de origen divino o humano. Cabrera, tras este encuentro cercano con la Virgen, realizó tres copias fieles, marcando un punto de referencia en la iconografía guadalupana.
Sin embargo, según las revelaciones del Monseñor Carlos Enrique Samaniego, Cabrera incluyó un elemento en su reproducción que no correspondía a los detalles originales del vestido de la Virgen. Una pequeña mancha, similar a la de cera derretida en forma de «ocho», se había caído en la imagen original, y Cabrera, fiel a su tarea, la replicó en sus copias.
«Y esa imagen de la Virgen, la original, tiene una manchita como de cera que se cayó ahí derretida. Esa manchita, Cabrera, como fue fiel a todo, también la copió. Esa manchita tiene forma de un ocho en la original y los pintores comenzaron a pintar la Virgen de Guadalupe con ese ocho, como diciendo, yo también guardo las proporciones como lo hace Cabrera», explicó Monseñor Samaniego.
Este «ocho» ha persistido a lo largo del tiempo, siendo reproducido en innumerables representaciones de la Virgen de Guadalupe. Se le ha interpretado de diversas maneras, desde simbolizar el infinito hasta ser asociado con el número del ayate. El descubrimiento ahora brinda a los observadores una clave para identificar las obras influenciadas por la pintura de Cabrera.
El Obispo Auxiliar sugiere a los fieles y amantes del arte que observen con detenimiento las pinturas de la Virgen de Guadalupe en iglesias antiguas, ya que es probable que encuentren este distintivo «ocho» a la altura mencionada, siempre y cuando la imagen se haya creado después de 1751.
De las tres copias realizadas por Cabrera, una fue enviada al noviciado de los jesuitas en Tepotzotlán, otra a Puebla, y la tercera llegó a Roma, al Vaticano. Esta última fue la que el Papa Benedicto XIV elogió, exclamando: «No hizo nada igual con otra nación», contribuyendo así a la proclamación del patronato de la Virgen de Guadalupe sobre el reino de la Nueva España en 1754.
Esta revelación añade un fascinante capítulo a la rica historia de la representación de la Virgen de Guadalupe, destacando la influencia inadvertida de un pequeño detalle que ha dejado su huella en la iconografía religiosa a lo largo de los siglos.