Ciudad de México. La llegada de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de México marca el inicio de una nueva etapa política en el país, pero también ha puesto en evidencia un inquietante patrón de concentración de poder dentro de Morena.
En el centro de las críticas se encuentra Andrés Manuel López Beltrán, hijo del presidente saliente, quien, tras su nombramiento como secretario de Organización del partido, se perfila como el verdadero poder detrás del trono en el gobierno de Sheinbaum. Muchos analistas ya hablan de un nuevo «Maximato», en referencia al periodo histórico en el que el expresidente Plutarco Elías Calles controlaba el país tras bambalinas.
Durante el sexenio de Sheinbaum, López Beltrán jugará un papel decisivo en la maquinaria política del partido, influenciando decisiones estratégicas y definiendo el rumbo del movimiento oficialista. Conocido como «Andy», ha sido durante años un operador político clave dentro de Morena, pero ahora da un paso al frente, ocupando una posición que le permitirá maniobrar en la selección de candidatos y la movilización electoral, en un contexto en el que el partido goza de un poder sin precedentes a nivel federal y estatal.
Su designación, sin embargo, no ha estado exenta de polémica. Se le señala de utilizar su cercanía con el presidente López Obrador para consolidar una suerte de dinastía política que amenaza con perpetuarse en el poder. La influencia de López Beltrán se extiende más allá de los muros de Morena, con implicaciones en la dirección de las políticas públicas y la definición de la agenda legislativa. Desde su nueva trinchera, podría convertirse en un factor de desestabilización para el propio gobierno de Sheinbaum, al ejercer control sobre las bases del partido y condicionar sus decisiones desde la cúpula.
Las comparaciones con el Maximato de Calles no son gratuitas. Al igual que en aquella época, el presidente saliente, en este caso López Obrador, se niega a soltar las riendas del poder completamente. Aunque su retiro de la política es inminente, ha dejado a su hijo como su principal emisario dentro de Morena, y con ello, la posibilidad de que continúe influenciando, si no dirigiendo, los destinos del país desde las sombras.
Luisa María Alcalde, quien asume la dirigencia nacional de Morena, ha sido presentada como la nueva cara del partido, pero su margen de acción se ve comprometido por la presencia de López Beltrán en la estructura partidista. El supuesto relevo generacional y la promesa de continuidad con cambio se ven opacados por las sospechas de que en realidad se trata de una extensión del control familiar. El poder del presidente saliente sigue proyectándose a través de su hijo, quien, sin haber sido elegido por la ciudadanía, asume un rol determinante en la política nacional.
Sheinbaum, quien aún no ha comenzado su mandato, se enfrenta a una situación compleja. Por un lado, debe demostrar independencia y capacidad para liderar un país dividido y profundamente desconfiado de sus instituciones. Por otro, tiene que lidiar con una figura que, aunque sin cargo público oficial, tiene el respaldo de un sector influyente del partido y la capacidad de movilizar a sus bases.
En este contexto, el futuro de Morena y del gobierno de Sheinbaum se presenta incierto. Con un López Obrador omnipresente, incluso en su despedida, y un hijo con una influencia creciente, el país podría estar ante un nuevo episodio de autoritarismo disfrazado de transformación. Los desafíos para la primera mujer en llegar a la Presidencia de México no sólo vendrán de la oposición, sino también desde su propio partido, donde la verdadera lucha por el poder apenas comienza.