México se enfrenta a uno de los momentos más críticos de su historia reciente. La renovación del Congreso de la Unión, Cámara de Diputados y Senado de la República, podría ser un parteaguas para el futuro del país. Este proceso, que debería ser una muestra de la vitalidad democrática de nuestra nación, se ha convertido en una inquietante encrucijada, donde la República se ve amenazada por los intentos de instaurar un régimen dictatorial, autocrático y totalitario.
El Instituto Nacional Electoral (INE), cuya autonomía ha sido históricamente uno de los pilares de la democracia mexicana, ha definido las posiciones de representación proporcional en ambas cámaras. Sin embargo, esta decisión, que en teoría debería reflejar la diversidad de voces y opiniones que conforman nuestra sociedad, ha sido interpretada de manera tal que otorga a Morena y sus aliados una mayoría calificada. Esta «mayoría» no es más que una construcción artificial, resultado de una interpretación a modo de las reglas constitucionales y legales, diseñada para concentrar el poder en manos de un solo grupo.
Esta situación nos deja en una posición sumamente precaria. La «falsa mayoría» que se ha concedido a Morena y sus aliados no sólo distorsiona la representación popular, sino que también allana el camino para la implementación de un proyecto de país que podría socavar las bases mismas de nuestra República. La concentración de poder en una sola fuerza política, sin los contrapesos necesarios, es un claro indicio de un proceso de erosión institucional que podría llevar a la desaparición de la pluralidad y el debate que son esenciales para cualquier democracia.
En unos días, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) tendrá en sus manos una decisión histórica. No se trata solo de dirimir conflictos postelectorales o de ajustar cifras en un conteo de votos; lo que está en juego es mucho más grande. El TEPJF debe decidir si preserva la República y sus instituciones, o si permite que continúe un proceso de destrucción que podría tener consecuencias irreparables para el futuro de México.
Es imperativo que el Tribunal actúe con la mayor independencia y objetividad posible, tomando en cuenta no sólo la letra de la ley, sino también el espíritu que subyace en nuestra Constitución. La sociedad mexicana merece un Congreso que refleje verdaderamente su diversidad, que sea un espacio de deliberación y construcción colectiva, y no un mero instrumento para la consolidación de un poder autocrático.
En este contexto, no sólo se trata de defender el equilibrio de poderes, sino de preservar la esencia misma de nuestra vida democrática. La historia juzgará a quienes, en estos días cruciales, tomen las decisiones que marcarán el rumbo de la República. Es momento de que todos los actores políticos, y especialmente aquellos que detentan el poder judicial, estén a la altura de las circunstancias y garanticen que México siga siendo un país donde la democracia, la libertad y la justicia sean los valores fundamentales que guíen nuestro destino común.
El tiempo de actuar es ahora. La República no puede esperar.